Imagínate un lugar lleno de personalidad y carácter, unos individuos con creencias y costumbres incomparables a otras, en un contexto determinado cargado de un puñado de experiencias por descubrir. Imagínate una idea, agarrarla fuerte en tu puño, ir dándole forma con los dedos y que poco a poco se vaya adaptando a las texturas de la piel. Ahora imagínate que esa idea es un paisaje, vestido de colores diferentes que no acostumbras ver; bañado en olores bien aromáticos que inundan la escena y con un código lingüístico únicamente comprensible para los habitantes que en él viven. Imagínate un entorno donde la vida se expresa y parece querer decirte algo. Imagínate también que esa idea en tu puño era férrea, homogénea y carente de sabor y que, poco a poco, les has ido dando forma para hacerla más maleable y heterogénea hasta llegar a casar perfectamente con tu mano.
Ahora abre la mano, mira el antes y el después de la idea que has formado y déjala escapar. Esa idea férrea que tenías pertenecía a un contexto cultural limitado al entorno. Esa misma idea que ahora vuela y es libre te acompaña, ya que, de alguna forma, eres tú dejándote llevar por un mundo ajeno lleno de costumbres y tradiciones de las que has podido aprender algo nuevo.
Aprender a experimentar y a conocer más allá de nuestras gríngolas debería ser asignatura obligatoria de vida. Quizás ese sea el único secreto de la verdadera sabiduría.
octubre 22, 2022