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La crítica más ingenua

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Esta es la historia de Hollywood en la que nunca imaginarías ver en escena a Cristiano Ronaldo, a tu prima María que vive en Londres y a ti, que te llamaron para interpretar un papel de drama y que lo único a lo que te has dedicado estos años es a enseñar español como lengua extranjera.

Hay frases que se asimilan mejor con una copa de vino en la mano. Y si no, pruébalo. Ya que hay que practicar el arte de la exasperación contenida, al menos que nos pille elegantes. Da igual si el invitado de honor es un desconocido, una amiga cercana o alguien con una egolatría comparada a la de Cristiano Ronaldo. Cuando la ocasión lo requiere, hay que vestir nuestras mejores galas y prepararnos para lo que venga. De lo contrario, perderemos la oportunidad de ganar el partido con dignidad.

Truco para ver venir el balón: si en algún momento sientes que tus párpados hacen espasmos involuntarios o la sonrisa empieza a torcerse en un gesto complaciente y furibundo, no lo dudes, lo que estás oyendo es digno del Antioscar. Será hora de descorchar la botella.

La eterna paciencia, de Alfred Hitchcock

1. “Voy a empezar a dar clases de español y así me gano un dinerillo”.

Pongamos que tu amiga María comienza a destapar sin tapujos sus prejuicios acerca de tu profesión (no de forma voluntaria, pues de entender del tema, estoy segura de que tal afirmación no habría salido nunca de su boca, pero sí con una inocencia digna de reverencia).

Su extrema ignorancia te deslumbra tanto que te ves obligada a bajar la mirada y quitarte las gafas.

Sigues escuchando la escena para no parecer una engreída exasperada, así que se te ocurre darle un sorbo a la copa y ocupar tus labios en el vino. Así, esperas a que María acabe su intervención.

Continúa.

Retrato inferior de una interpretación exasperada

2. «Como llevo un mes en Reino Unido y no encuentro trabajo de lo mío, he pensado enseñar español a los extranjeros. Al fin y al cabo, es mi idioma y lo conozco.»

Primer trago de vino.

De hecho, el vino te provoca tantas burbujas en la garganta que, por suerte, apagan las palabras atropelladas que estaban a punto de salir por la boca.

Te das tiempo para pensar una respuesta, pero te das cuenta de que ni en el baúl de los recuerdos Karina es capaz de encontrar una.

Karina parece querer saludarte desde su tribuna con su sonrisa inmaculada.

Es cierto, nunca has experimentado una situación similar. En su lugar, te espolsas el vestido de pantomima que has comprado para la ocasión y miras hacia otro lado intentando que la furia no se lea en tu mirada. Al fin y al cabo, es María, tu amiga. Recuérdalo.

—¿Y crees que dando clases de español sí?— alcanzas a decir.

Sabes que en su lugar podrías haberle dicho que detrás de esas palabras se esconde un desconocimiento supremo acerca de lo que supone enseñar español como lengua extranjera y que, además, tú te ganas muy bien la vida con ello.

—Más que tú— le saldría decir a tu yo de hace quince años, pero te contienes.

Pero, en su lugar, sabes que esto no sería políticamente correcto y desataría una guerra dialéctica que no crees conveniente empezar así que tú, que ante todo eres toda una señora, decides sonreír levemente.

Sujetas fuertemente la copa.

La ignorancia es bella, escuchaste una vez.

Belleza pelleja, añadirías.

3. «Sí y, además, no es tan difícil, porque las explicaciones están los libros…, ¿no?»

Segundo trago de vino. (¿Seguro? ¿Cuántos llevas ya?)

Bueno, claro, el razonamiento por el cual se asienta alguna decisión judicial también está en el libro del Código Penal y no por ello puedes acudir a él y hacerte pasar por abogada.

Aunque, bueno, a decir verdad, últimamente has visto a muchos inmunólogos y vulcanólogos expertos por Twitter, piensas. Quién sabe.

Bueno, no, en realidad no. Recuerdas perfectamente aquel momento en el que quisiste leerte el manual de instalación de una lavadora y, aun así, tuviste que recurrir a un fontanero porque no acertabas a atinar con el cable.

(Bendita suerte, ¿quién inventó a los fontaneros?)

Sigues con tu dramaqueen.

La miras con condescendencia y entornas una sonrisa. Parece que María ha tenido mayor visión de juego. Ella sabe que eres profesora y que, además, te ganas la vida con ello gracias a tu esfuerzo y formación. Intentas contener la provocación al escuchar que María se quiere ganar “un dinerillo” —no un salario, claro, eso es más propio de una profesión digna de formación como la suya— y decides omitir la parte en la que comenta que el conocimiento está en los libros.

Decides salir a escena y saltar al terreno de juego. Esto también te lo enseñó Cristiano Ronaldo.

Hoy te han dado un gran papelón.

—Bueno, en realidad no es así. Yo he tenido que formarme bastante para poder entender la didáctica del español. Incluso, después de haber estudiado una carrera de letras, hay muchas cosas que sigo sin saber explicar del todo bien.

María se queda un rato pensando con mirada desdeñosa. La respuesta parece no convencerla y, a decir verdad, tampoco ve motivo para creer en una persona que no se ha visto en su misma necesidad.

Juzgar desde fuera es muy fácil, piensa, y, además, la necesidad agudiza el ingenio.

—Bueno, pero la necesidad aprieta.

Te quedas sin palabras, ha sabido sacar su última carta. Tras ganar la espalda a mi defensa ha disparado. Y qué buen disparo. Nadie es capaz de rebatir un argumento destilado en la sinceridad y en la necesidad del hecho de subsistir. ¿Qué tú no habrías hecho lo mismo?

Somewhere in Portugal or in my mind

4. «Así que, bueno, tú que ya llevas tiempo en esto, ¿me podrías dejar tus materiales?»

Remata, dispara y gol.

Último trago de vino. Te acabas la copa.

Lo reconoces. La tortilla nunca había estado menos dorada como para darle la vuelta de tan pronto. ¿Cómo es posible este giro de los acontecimientos? Alguien le tiene que haber escrito el guion, porque no solo ha conseguido tomar las riendas de la conversación, sino que además se ha comido parte del terreno de juego y ha rematado por la derecha. Sí, jugada ensayada con la ayuda inestimable de Cristiano Ronaldo.

Bueno, ahora que ya ha destapado su ignorancia folclórica digna de los mejores stand-ups de la ciudad y que, además, ha elegido patear la profesión como si de un tablao de flamenco se tratara, decide que es el mejor momento de pedir ayuda. De pedir el balón. Disculpa por mi oxímoron.

—Verás, es que…

Lo sabes, no tienes escapatoria, María está sellando a su rival. La película está a punto de terminar y no tienes siquiera la venganza del desenlace coherentemente pertrechada.

—Está bien, pero antes tendré que explicarte algunas cosillas.

Algunas, piensas. Está bien. Has cedido ante el rival.

Te has rendido.

María ha ganado el partido. Su interpretación ha sido alabada por el público como mejor actriz revelación y su papel, ilustre en sus razonamientos ingenuos y elocuentes, al mejor guion de ficción.

¿De ficción? Piensas.

No tiene mérito, su papel no estaba ensayado.

Sin embargo, en un gesto por devolverte la profesionalidad con la que has entonado tu discurso de boba, la Academia decide premiarte con el Oscar a la mejor antiheroína por tu papel de sobria amiga paciente. Aunque solo sea por tu ayuda y la paciencia y tenacidad con la que has tenido que soportar a tu personaje, sonríes y agradeces al público toda su ovación.

Merecedísimo, piensa tu abuela, que ve cómo Cristiano Ronaldo te entrega el Balón de Oro en forma de Oscar.

Lo sabes, tenías hambre de gol, aunque a veces la realidad supera la ficción.

Como siempre, María.

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