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La crítica más ingenua

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Ya 3 años. Se dice pronto después de que aquel 1 de noviembre de 2019 decidiera tirarme a la piscina y enfrascarme en esta aventura. Aventura, porque no hay nada más arriesgado y atrevido que lanzarte al mundo del autónomo sin tener un arnés que te sostenga. Puede que para el marketing empresarial esto pueda llegar a ser una fuente de adrenalina, pero créeme si te digo que ir a ciegas sin un camino bien pavimentado —llamémoslo clientes— o un horizonte definido —llamémoslo objetivo— puede llegar a ser inquietante.

Aun así, y a pesar del tortuoso viaje, aquí sigo, más feliz que una perdiz. Te mentiría si te dijera que es un camino de rosas; más bien por el transcurso encuentras espigas, pendientes por subir, días de lluvia intensos a la intemperie y hasta caminos en los que, de no ser por la señalización, dirías que están hechos para partirse la crisma.

No sé si sueles hacer deporte. Yo no, así que la comparación puede ser muy clara. ¿No resulta contradictorio que la gente que corre diga siempre que se siente bien al hacer deporte? ¿Cómo iba a parecerles placentero un ejercicio físico que, a priori, les cuesta esfuerzo y sudor? Nunca lo he entendido, aunque si te digo la verdad, lo he experimentado con el camino de Santiago. No sé si has tenido la oportunidad de hacerlo, pero si es que sí, estarás de acuerdo conmigo en que, a pesar de los km recorridos y las posibles calamidades, el resultado merece la pena.

Con tener un negocio pasa lo mismo. Y es que sostener tu casita a base de tu propio esfuerzo no es fácil, pero sí muy enriquecedor. Claro que ha habido momentos de bajón y de IVAS y venidas —especialmente estos segundos—, pero si algo tengo claro es que la experiencia ganada no la cambiaría por ninguna otra de las que he vivido hasta ahora como asalariada.

Hoy no vengo a reflejar aquí las miserias ya de por sí conocidas por todos sobre lo que supone ser trabajadora por cuenta propia. Para eso ya tenemos numerosos titulares que reflejan la situación del colectivo en este país. Hoy quiero centrarme en todas aquellas ventajas (in)visibles que tiene trabajar para una misma y que quizás no te hayan contado. Porque sí, ser tu propia jefa tiene muchas más ventajas más allá de este típico eslogan publicitario. Tantas que, para mí, valen más 24 días de vacaciones pagadas al año.

TRES AÑOS DE AUTONOMÍA, TRES AÑOS DE LIBERTAD

Sí, has leído bien, autonomía. En España apelamos al término —autónoma—para referirnos a aquella persona independiente que se rige por sus propias leyes. No en vano, viene del griego αὐτόνομ-ος, que habla de lo propio –auto– (como en autobiografía) y ley –nomos—. Con esta etimología, es fácil entender la lógica aplicada sobre el trabajo. En cambio, si nos vamos al inglés, dirán que soy freelancer, una traducción del anterior que, más allá de significar la ausencia de filiación laboral, refleja el sentido de independencia que yo quiero esclarecer hoy. Y es que el concepto de libertad que aplica free no tiene la misma carga semántica que el de auto.

Sí, es cierto, de hecho, diría que me identifico más con el segundo. Hagamos la prueba. Imagina que una empresa necesita actualizar su imagen de marca y te dice que han contratado a un diseñador freelancer. Igual pensarás que se trata de un profesional que trabaja online y que presta sus servicios a cambio de un precio que él mismo fija. Él decide sus condiciones y es el cliente el que las acepta o no. En cambio, si esa misma empresa te dice que para renovar su imagen de marca ha contratado a un autónomo, quizás, y solo quizás porque esto es algo solo subjetivo, la idea que se te venga a la cabeza ya no será la de un diseñador profesional al que todas las empresas recurren, sino la de un pobre trabajador que ofrece sus servicios de diseño a cambio de un precio de subsistencia. El peso del éxito que tiene un término no es el mismo y, como tal, la percepción de otros sobre tu trabajo tampoco. Lo que el primero refleja tiene que ver con la independencia acerca de las condiciones y rendimiento económico. En cambio, el segundo, conlleva una imagen de una cárcel de la que dependes para poder llevarte el pan del mes. Es una cuestión de interpretación, pero siempre la hay.

Además, si me permites añadir una acepción más, diré que quizás el término freelance, que poco a poco va cogiendo fuerza en el imaginario español tras la revolución digital de los últimos años, ilustra un trabajo eminentemente online. Todo esto de forma subjetiva en español. En cambio, el concepto de autónomo se asocia comúnmente al del frutero que levanta la persiana cada mañana para poder llevarse el pan a final de mes, como si este y aquel no tuvieran las mismas obligaciones fiscales ni los mismos derechos. Aunque, si tengo que destacar algo, podría decir que sí hay una gran diferencia entre establecer un negocio físico y uno online. El segundo te da una libertad y comodidad que el primero no tiene, aunque el trabajo que hay detrás sea completamente diferente y muchas veces invisible.

Bueno, volviendo al tema que nos ocupa, tengo que confesarte que he tenido que rehacer este artículo varias veces. Aunque el propósito estaba claro, reconozco que estas líneas se iban derivando hacia algunos de los fracasos en algunas de las empresas en las que he trabajado como asalariada. No me malinterpretes, fracasos no porque el trabajo fuera infructuoso, sino porque las condiciones y la retribución económica –sorpresa– no eran las deseables. Horarios interminables, descansos eternos entre horas no remuneradas, carga de trabajo fuera del horario laboral, horas extras no reconocidas en contrato y millones de peros más. Eso sí, 24 días a la semana de vacaciones pagadas, repartidas en máximo dos semanas en épocas no estivales. Ves, sin querer me he desviado. Aun así, no puedo terminar este párrafo sin decir que, por suerte, sí ha habido muchas donde me he sentido valorada y el aprendizaje que he ganado me ha servido de mucho.

¡Hablando de aprendizajes! En todo este tiempo he aprendido muy bien a saber reconocer las caras de compasión tras hacerles saber mi condición de autoempleada. «No, soy autónoma por elección» y la reacción casi impacta más que la primera, como si de un ataque de locura se tratara.

Porque sí, elegí ser autónoma porque no le debo nada a nadie. No necesito pedir permiso para irme de vacaciones, ni para pedir cita en el médico, ni para llevar a mi gato al veterinario, ni para ponerme mala cuando mi cuerpo lo necesite. Soy autónoma, con todo y a pesar de todo, porque vivo mejor así. Económica y mentalmente.

Hoy, en mi tercer cumpleaños no oficial, celebro mis 3 años de autonomía. Celebro mis 3 años de libertad.

Porque si hay algo en lo que todos estamos de acuerdo es en la propia semántica de la palabra autonomía, ¿no?

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