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Crítica completa de El descontento.

Entré en la librería como quien entra a una cafetería buscando a su grupo de amigas. Deprisa, con ganas de encontrar historias basadas en la actualidad sobre relaciones personales al estilo de No todo el mundo, de Marta Jiménez Serrano, y entonces, de casualidad, me topé con esta novela. Y casi fue amor a primera vista.

Briefing, una call, team building, storytelling… si estas palabras te suenan familiares es que tú también conoces cómo funciona el mundo de las oficinitas. Te suenan, además, porque todas vienen acompañadas de un té matcha al tiempo que alguien le da a like a esa foto publicada en Instagram desde la oficina. Una vida perfecta camuflada de humo.

Esta es la vida de Marisa, una publicista de 30 años afincada en Madrid que se pasa la vida viendo vídeos de gatitos mientras anestesia su infelicidad a través de orfidales. La vida de Marisa no es muy distinta a la de muchas otras: un trabajo bonito de cara a la galería (y a LinkedIn), una vida aparentemente libre en una ciudad apabullante… y una existencia tan vacía que hasta asfixia. 

Como parte de ese estancamiento, Marisa intenta aplacar sus insatisfacciones con su amigo/vecino Pablo, amigo con el que se acuesta habitualmente cuando no tiene nada mejor que hacer pero con quien siente que puede ser realmente ella.

Al contrario de lo que puede parecer, El descontento no es un libro que cuestiona la sobreexplotada frase de «el trabajo dignifica», sino que más bien deja de manifiesto la insatisfacción de una sociedad vacía que prefiere vivir maquillada de productividad con tal de mantener las apariencias. Una vida que, pese a contar con un trabajo de lunes a viernes que le permite creer que ese alquiler con terraza será suyo algún día, en realidad le condena a seguir en esa rueda de esclavitud y dejar de avanzar hacia lo que realmente anhela.

El descontento es una de esas novelas cortas de ficción que atrapa, y lo hace porque te planta ante el espejo con esa cotidianeidad en la que te reconoces a diario y con un humor ácido con el que es imposible no conectar. Y es que desde el momento en el que coges el lápiz para empezar a subrayar, te das cuenta de que el objetivo del libro se ha cumplido: tú también formas parte del sistema.

 

«Antes solía comer en la oficina, hasta que me di cuenta de que pasar una hora charlando con un grupo de gente con la que solo tenía en común haber superado el mismo proceso de selección hacía que mi batería interna se quedase al 5 %.»

 

Así es como se siente Marisa, hastiada de vivir en el desasosiego de una vida cargada de superficialidad. Una vida en la que dorarle la píldora al jefe vale más que ser, y venderte, mucho más que hacer. Porque si en algo consiste el juego de las oficinitas es en caerle bien a la persona correcta y en saber jugar bien tus cartas. En eso Marisa es una experta. Experta, también, en ser incapaz de escapar y tomar las riendas de su vida.

 

El descontento es, ante todo, una reflexión demoledora sobre nuestra alineación al trabajo y posterior insatisfacción, sobre las relaciones vacías como píldora de supervivencia y la constante y amarga búsqueda de plenitud. Una historia que pone el dedo en la yaga ante lo que somos y que Beatriz Serrano consigue con magistralidad.

 

Eso sí, que los amantes de los finales esquemáticamente esperados no se lleven las manos a la cabeza. Si algo suelen tener las historias hechas a medida de la realidad es que no se edulcoran, sino que vienen así, sin artificios ni colorantes. Son simplemente eso: imperfectas y puramente verosímiles.

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