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La crítica más ingenua

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Libro "No todo el mundo" de Marta Jiménez Serrano

No todo el mundo es lo que dicen las películas de comedia romántica. Algunas más clásicas, algunas más modernas, pero todas cortadas por el mismo patrón. Quizás por eso Marta Jiménez ha sabido cautivar a miles de lectores con su compendio de relatos sobre el amor contemporáneo. Un libro que, más que una serie de historias inventadas, ofrece un retrato real a modo espejo de la encrucijada que supone enamorarse en tiempos modernos.

El libro, clasificado en catorce relatos muy diversos, se adentra en esas intimidades no confesadas que se inician en cualquier relación. En cada página, la autora relata esas interpretaciones equivocadas con una brillante sencillez narrativa de la que uno no puede escapar:

—¿Nos vemos el próximo sábado?

—He quedado con una amiga— dice él.

—Ah.

Conversaciones tan mundanas como reconocidas por todos y que se resumen en «el problema de tan sencillo es complejo. De tan complejo es sencillo».

—Pero podemos quedar el viernes.

—El viernes tengo una fiesta— dice ella.

—Ah.

Si analizamos a los personajes, vemos que representan una multitud de identidades en cuyas vidas y argumentos todos nos hemos visto reflejados alguna vez. Aquí no hay buenos y malos; en su lugar, nos encontramos personas muy diversas inmersas en sus contradicciones y que Marta Jiménez desgrana a la perfección. Personajes que, eso sí, en su mayoría despuntan por pertenecer a esa juventud tardía que suponen los treinta y pico y con un Madrid caótico como escenario principal.

Quizás sea esa una de las características que hacen de este libro algo así como un manual del amor, algo que, por cierto, me encanta. La autora describe sin pudor y con un comprensivo análisis las intimidades sentimentales sin entrar en juicios de valor ni condenas morales.

«No quedó nunca claro si Clotilde dejó a Fran porque él se había acostado con otra mujer o si Fran dejó a Clotilde porque se había enamorado de otra mujer, y si no quedó nunca claro fue porque no fue ni una cosa ni la otra. […] Lo dejaron, en fin. Como se dejan las parejas».

De hecho, es el propio estilo narrativo —en apariencia sencillo, de ahí su complejidad— el que poco a poco te va ilustrando unos detalles tan irrelevantes como reales. Detalles que conforman el paisaje con la Puerta del Sol como punto de encuentro.

«Un coche de policía y gitanas que ofrecen romero, y un tipo de una ONG con un chalequito azul que se recoge ya y una bici eléctrica que atraviesa por zona peatonal y Pikachu otra vez…» como si hubiéramos observado ese escenario tropecientas veces y hubiéramos sido testigos de los amores que por él nacieron y murieron.

De hecho, en Tenemos que dejarlo, el primer relato de entre estas catorce historias, se nos presenta la amarga historia de un amor con fecha de caducidad. El instinto de superación de una relación hasta aplacar las almas en el que Marcelo y Eloísa, Elo por ambas partes, se conocen al pedirse un cigarro. Las casualidades coinciden hábilmente en el nombre y desaparecen por el paso de los años, el hastío y la falta de novedad. Y es así como poco a poco, con intrincadísima delicadez, la autora nos hace entender que «hay parejas que se apuntan a salsa. Hay parejas que comparten la cuenta de Netflix. Hay parejas que se acaban». Sin más ficción que la propia realidad castiza.

Tampoco hay antagonistas cuando al contar la intimidad de nuestros pensamientos todas las contradicciones quedan expuestas. Aquí entran en juego las creencias, las ataduras, la sociedad moralizante, la edad y hasta el dinero. Un compendio de vicisitudes que configuran nuestras relaciones para bien o para mal y que marca, por qué no, la distancia entre mundos diametralmente opuestos.

No puedo más que dejar aquí constancia de una de las frases que más ha marcado la lectura por su apabullante enseñanza:

«acaso el amor sea la capacidad de que la conversación sea siempre interesante».

Acaso sea esta historia la única que ha sido capaz de hacérmelo entender. La única con una verdad tan real como agridulce.

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